Todo empieza en medio de la nada, con el amortiguamiento sensorial de cuando se está dentro del agua o en el vientre de la madre. Poco ruido, ausencia de colores y estímulos visuales mitigados. Una vida en sordina.
Estamos en Los Alpes y la familia de Ebba y Thomas está siendo retratada por un animador francés de un centro de esquí delante de una montaña. Ebba y Thomas son dos nórdicos treintaañeros y atractivos de clase acomodada que han venido unos días con sus dos hijos. Se les ve incómodos mientras posan. Incómodos por sacar su familia del ambiente íntimo, incómodos por estar tan juntos, incómodos por tener que representar la coreografía que les indica el fotógrafo (“pásale el brazo por detrás…”). La sesión de fotos se hace larga para los personajes y también para el espectador hasta que en un momento el fotógrafo francés dice a los padres: “ahora juntad las cabezas” y las cabezas de Ebba y Thomas chocan y precisamente de eso va la película, de percepciones que chocan.
“Fuerza mayor” del sueco Ruben Östlund es una película extraña. Minimalista y bella, construida a base de sobreentendidos y de situaciones cotidianas leves, funciona muy bien a nivel visual y de hecho tiene un tercer personaje muy potente que es el propio resort de deportes de invierno. El resort es tan imponente, tan natural y tan artificial como la institución de la familia. Ambos sistemas tienen mucho de mecanismo de relojería: echan a andar a tal hora cuando se encienden las luces, después se ponen en marcha los pulverizadores, y a tal hora se realizan avalanchas de nieve controladas mediante pequeños impactos en puntos concretos de tal o cual ladera. La familia por su parte tiene sus momentos de lavarse los dientes en el baño con sus cepillos eléctricos iguales, los momentos en que los niños juegan con la tableta, los lugares establecidos para discutir sin que los niños les vean y en definitiva sus propios rituales como grupo y como individuos.
Y así, de igual manera que a veces la avalancha programada por los gestores del resort parece descontrolarse o salirse de madre por un momento, el estable matrimonio acomodado de Thomas y Ebba se tambalea cuando un gesto instintivo del padre saca a la luz una vena cobarde, egoista y mentirosa. Al descubrimiento de Ebba le sucede por fin una confesión por parte de su marido, una catarsis de gritos y llantos de lo menos “controlado” ante la que Ebba no sabe cómo reaccionar, pero que los niños afrontan con mayor entereza y sabiduría.
En la siguiente jornada de esquí Ebba pone en manos de su marido la seguridad de la familia porque hay muy poca visibilidad pero deciden esquiar si Thomas guía. En un momento dado Ebba desaparece en medio de la bruma de la montaña y esperamos su regreso tensos instalados en un magnífico plano secuencia de bruma desde la perspectiva del padre y los dos niños. Ebba pide ayuda y Thomas por fin se lanza a rescatarla sin dudas y sin esquíes. Contemplamos cómo la trae en brazos (el gesto no nos extraña a nivel físico porque conocemos de memoria el musculado torso de él y la silueta muy delgada de ella) en medio de la nieve y cómo la deja junto a sus hijos. Pero resulta que ella no está herida y puede caminar sola, lo que significa que ha decidido ponerse bajo la protección de su marido y que ha vuelto a confiar en él.
Y ya no sabemos si la “fuerza mayor” del título es una avalancha “falsa”, un accidente en la nieve que no deja secuelas, los llantos de los niños a escondidas por el temor de que sus padres se divorcien o el miedo a que quien conduce nuestro autobús fuera de los confines del resort de esquí en medio de una carretera llena de curvas sea un kamikaze o simplemente un tipo que es brusco al volante. Al final parece que el termostato de percepción del peligro de Ebba se ha vuelto demasiado sensible y percibe amenazas inminentes en situaciones que no están muy claras como el momento de pánico que surge cuando se disponen a abandonar el resort y volver a casa.
La película está contada de tal manera que no queda claro hasta qué punto el conductor del autobús de los turistas es una amenaza o es solo la proyección de los miedos de Ebba pero, de hecho, la percepción acertada o errónea de Ebba del peligro inminente arrastra a la masa y todos bajan del vehículo y empiezan a caminar por una carretera de montaña mojada y peligrosa, a merced de los vehículos que puedan toparse con ellos al otro lado de una curva cerrada.
El mensaje de la película parece ser que los seres humanos venimos al mundo con una dosis limitada de confianza y que algunas personas como Ebba han decidido que el grueso de la suya lo va a aplicar a su marido y padre de sus hijos, aunque esto les deje a merced de continuos ataques de pánico en otras situaciones. Vivir es correr riesgos y que corresponde a cada uno elegir cómo gestiona sus miedos y sus confianzas, porque vivir con cierta dosis de miedo es inevitable.