Pensar con imágenes, contar con palabras

(Amistosamente) Contra el epílogo de Joan Costa en “Pensar con imágenes” de Enric Jardí

En “Pensar con imágenes” de Enric Jardí el comunicólogo y diseñador Joan Costa firma un epílogo interesante pero discutible titulado «Pensar y comunicar con imágenes», que tiene mucho de declaración de amor al diseño, a la creatividad visual y al propio Jardí

Comparto la admiración por los tres y desde luego el libro de Jardí es magnífico pero me parece que para declarar tu amor a tu amada no era necesario minusvalorar a tus amigos ni vilipendiar a la familia. En otros términos, no hay necesidad de querer más a “mamá” comunicación gráfica o “papá” comunicación escrita.

Me explico: Costa en su texto parece considerar que el lenguaje escrito, contenga ficción o ensayo, poesía o las instrucciones para poner la lavadora o crear un bomba es per se algo plano y aburrido porque es lineal en su descodificación, entendiendo por lineal que sigue una secuencia determinada, de izquierda a derecha en los alfabetos occidentales y que se produce en el tiempo (lo que convierte a la literatura en un arte temporal).

Un chiste basado en la ambigüedad del lenguaje hablado

Por el contrario, señala Costa, la comunicación gráfica es superficial (funciona en superficie) y según él, la decodificación de imágenes es algo natural, transversal, que acontece en todas las culturas, como si realmente no hubiera en toda cultura una parte de simbología que le es propia más allá de las representaciones naturalistas que se suelen considerar universales, pero que en gran medida no lo son. (Hace poco leía en Quora un hilo sobre si los egipcios realmente tenían el tamaño de penes que hacía suponer algunas imágenes llegadas hasta nosotros: evidentemente a menudo las representaciones naturalistas no lo son sino que incluyen algún tipo de énfasis no realista para destacar un rasgo o atraer cierto tipo buena suerte o efecto benéfico).

Es decir, sí, hay un tipo de imágenes cuya comprensión es universal (o casi) pero gran parte de la representación gráfica, especialmente la que implica representación de la perspectiva no lo es, y además requiere que el espectador domine esos códigos de perspectiva (recuérdese cómo en las primeras proyecciones de cine los espectadores se sobresaltaban al ver precipitarse un tren sobre ellos: pensaban que era real; distinguir lo real de la representación requiere conocimiento del código de igual manera que entender un dibujo realizado con un punto de vista inusualmente bajo o alto le puede resultar difícil a alguien no habituado a él).

Quienes piensan en línea piensan en código (el de la escritura) y obligan a sus lectores a un ejercicio óptico, una gimnasia monótona: un movimiento ocular mecánico, repetitivo, meramente instrumental y por tanto ajeno a lo que se está leyendo en cada caso” sostiene por ejemplo en la página 123, señalando un divorcio absoluto entre el fondo y la forma del lenguaje escrito. Esto quizá sea cierto para una gran mayoría de textos, pero respecto a otros muchos Costa se equivoca. 

En primer lugar porque se ha comprobado que la lectura individual va acompañada de una vocalización interna llamada subvocalización. El lector articula para sí lo que lee, hecho que se ha comprobado en casos de problemas de laringe: se producía desgaste por ejercicio fonatorio aunque la lectura fuera individual. Es decir, una persona que lee un texto con una aliteración está reproduciendo él mismo esa aliteración al leer ese fragmento aunque no sea consciente de que lo está haciendo. 

«Bajo el ala aleve del leve abanico», famosa aliteración de Rubén Darío (“Era un aire suave…”)

La onomatoya es otro caso en el que ese divorcio que señala Costa no se cumple. Y un caso aún más importante: una escena narrativa que cuente con un tempo bien escrito en el que los hechos se precipitan y las frases cada vez son más cortas (por ejemplo) es otro caso en el que la afirmación de Costa vuelve a no cumplirse.

Otro aserto de Costa con el que disiento profundamente (nunca mejor dicho) es el de la página 124 cuando dice “Quienes piensan con imágenes piensan en superficie”. Esto no es necesariamente cierto. Quienes piensan con imágenes piensan en cascada, en carambola, en sucesión, una imagen les lleva a otra que a su vez aporta resonancias de otras. De hecho, una imagen les puede llevar a un sonido y este sonido a otra imagen distinta y retomar la sucesión de imágenes encadenadas pero ya con un tema o una connotación muy distinta.

Este pensamiento que he denominado en cascada no se limita a los diseñadores o los creadores visuales. Muchos narradores y desde luego muchísimos poetas también piensan así en una fase preliminar de su escritura y lo plasman en un mapa conceptual o algún tipo de ayuda gráfica o simplemente lo escriben en sus borradores mientras su cabeza y su oído interno sigue desplegando nuevas asociaciones y nuevos pasajes imaginados. Además, las prosas muy cuidadas, los textos de narradores estilistas desde luego se benefician de un buen oído que consiste también en la capacidad de identificar y priorizar las palabras con sonidos más apropiados para su historia.

El párrafo completo de la página 124 mencionado anteriormente dice así: “Quienes piensan con imágenes piensan en superficie. La hoja de papel o la pantalla no son ya puro soporte de la inscripción o la notación textual, son espacio gráfico, son fondo para la forma. Es decir, el fondo es parte constitutiva de la forma y la mirada es libre. La percepción icónica no necesita códigos interpuestos entre el espectador y la imagen: un niño que no sabe leer reconoce en el dibujo de un perro al animal perro”. 

Lo que Costa predica sobre la hoja de papel o la pantalla como fondo para la forma es perfecto si nos referimos al resultado final del creador del mensaje gráfico: eso se plasma en un espacio gráfico, en una superficie, desde luego. Pero no lo es respecto al proceso de pensar en sí, que como he indicado también es una secuencia pero no precisamente lineal sino llena de bifurcaciones, ecos, “ritornellos”, saltos abruptos y transiciones suaves, ya que una imagen puede llamar a un sonido o a una imagen aparentemente muy alejada de ella en significado pero intrínsecamente emparentada, ya que estamos en el terreno de lo inconsciente.

Chiste basado en un juego de palabras

En mi opinión, Joan Costa se vuelve a equivocar cuando un poco más abajo en la misma página 124 habla de la doble riqueza de la percepción icónica como algo que solo ella tiene y de lo que carece la escritura. “La percepción icónica es doblemente rica. Recibe a un mismo tiempo dos mensajes superpuestos e indisociables: el de la percepción semántica (lo que el mensaje dice) y el de la percepción estética (el modo como lo dice, ya sea para sorprender, para convencer o para seducir). Ese poder simultáneo y directo es más una experiencia que una percepción. Y esta experiencia se refuerza por el placer del ojo en libertad. Es al mismo tiempo una libertad creativa, cómplice, participativa y por tanto una fuerza activa en la comprensión del mensaje”.

Luego matiza que esa libertad del ojo es ilusoria, y coincido en que se trata de una libertad relativa que transcurre por los espacios que le ha habilitado el creador gráfico. La buena literatura también deja margen para la interpretación del lector.

Entiendo que la intención de Costa es resaltar que en el código gráfico la distancia entre lo representado y su representación es menor que en el código escrito y me resulta sencillo comprender que a él le entusiasme más la comunicación gráfica y los mensajes gráficos pero me llama la atención que para declarar su amor a una manifestación necesite convertir a la otra en un ejercicio plano y aburrido pasando por alto en el proceso características y cualidades importantes del lenguaje escrito de las que hacen uso los buenos narradores y poetas. 

¿Es mejor la luz como onda o como partícula? ¿A quién quieres más, a mamá o a papá?

Estas preguntas no tienen sentido.