Ya no “hacen” imágenes como las de antes. Las de ahora recuerdan bastante a un yogur, por aquello de la fecha de caducidad.
Esta mañana he visto una escena que en otro tiempo me hubiera apresurado a fotografiar: a la puerta del gimnasio de buena mañana un tropel de elípticas en fila junto a tres monitores. Un ejército de bicis que no avanzan en la puerta o las caballerizas de un establecimiento del siglo XXI en pleno Madrid, he pensado, anticipando un título o un titular.
No he sacado la foto por un asomo de pereza y por la sensación de que con Twitter e Instagram esta foto apenas significa nada.
Por la tarde, de vuelta a casa, he visto a un mendigo pertrechado con sus cajas de cartón sobre un banco. Una escena muy parecida a aquella con la gané mi primer (y hasta ahora único) premio de fotografía con 16 años. Una foto en blanco y negro que yo misma revelé y que había tomado con una cámara no réflex que no era mía y cuyo funcionamiento no terminaba de entender. Supongo que en realidad no había tantas diferencias entre un mendigo y otro, pero entre los diecisiete años que tenía entonces y la edad que tengo ahora, me retina ha sido bombardeada con millares de imágenes en películas, televisión, revistas, e internet. El mendigo ha perdido presencia a fuerza de tener que competir con millares de imágenes parecidas.
Ahora por supuesto no sé cómo toma las fotos mi smartphone, aunque entiendo bastante más de encuadre, profundidad de campo y composición… Pero mi retina está tan llena de imágenes, relevantes o no, que me falta convicción para retratar en serio escenas como aquella, o para sentir que vale para algo hacerlo. Cada vez es más difícil encontrar algo “único”.
El voraz y constante consumo de imágenes nos ha llevado a una obsolescencia no programada. La mayor parte de lo fotografiable o “pintable” se halla condenado al estante de las devoluciones por caducidad. Y para salir de la zona de “caducados” parece que sólo hay dos vías: que los creadores se esfuercen en ofrecer imágenes mucho más estimulantes, o que los espectadores hagan una pequeña “dieta” visual que renueve sus papilas gustativas saturadas y limpie sus estómagos demasiado trabajados.