Últimamente estoy de un atractivo que asusto.
Hace unos meses, una tarde mi coronilla atrajo una pelota de tenis cayendo en picado a toda velocidad desde varios metros de altura. El origen del proyectil amarillo era una pista de pádel al aire libre en un segundo piso, cuya red metálica al parecer no aislaba lo suficiente.
Afortunadamente la flecha esférica de Cupido erró el tiro y terminó en la acera, a unos pocos centímetros de mis pies.
Mi “magnetismo” fatal había empezado años atrás, en la época de la facultad. Una tarde, víspera de un examen de Economía, salí a dar un paseo para despejarme y seguir estudiando los ciclos de expansión cuando una tubería metálica que llevaba varios años asociada a un edificio decidió que había llegado la hora de independizarse y ver mundo y se precipitó desde un tercer piso hasta veinte centímetros detrás de mí.
Lo peor no fue el estruendo del metal contra el pavimento. Lo peor fue el comentario de dos viejos a pocos metros de mí.
Viejo 1: -¿Qué ha pasao?
Viejo 2: -Que se ha caído esa tubería y casi le parte el alma a esa chica.
El tono era tan delicado y empático como el de quien comenta que va a llover.
Un largo periodo sin sufrir el asalto de tuberías ni pelotas de tenis me llevó a creer que por fin podía pasar inadvertida entre las cosas susceptibles de caerse desde los altos de Madrid. Pero resultó que mi atractivo no estaba “decayendo” del todo.
El otro día, de buena mañana, una rama de un metro y pico de un plátano de paseo sintió el irresistible atractivo de mi cabeza y decidió seguir los impulsos de su corazón vegetal. Con mejor puntería que la tubería o la pelota de tenis la rama aterrizó en mi frente y me plantó allí un beso rojo. Debo confesar que aquel choque apasionado no me dejó indiferente pero como no creo mucho en las relaciones románticas interespecies, me alejé de allí y pedí que me viera un médico.
-Es usted muy atractiva- me dijo el señor de la bata-. Atrae hacia sí toda suerte de cuerpos en caída libre. Creo que lo mejor es que se compre un casco o que quedemos a cenar esta noche.
Me presenté en el restaurante de punta en blanco y con mi casco puesto por lo que pudiera pasar. En el techo había una lámpara enorme.